sábado, 28 de marzo de 2015

Detective Guillermo García



Soy Guillermo García, detective privado. Os cuento mi historia:
Me avisaron de un robo de reliquias de Santa Teresa, a dos semanas del V centenario del nacimiento de Santa Teresa. El papa vendrá a España, y los fieles querrán ver las reliquias. Y me han pedido que para el 28 de marzo haya encontrado las reliquias.
Hay muchos sospechosos, pero me he centrado en tres: La duquesa de Alba, el superior general de la orden de los carmelitas descalzos y la priora del convento de Alba de Tormes, ya que cada uno posee tres llaves del sepulcro de la Santa de Alba de Tormes. Hasta ahí bien, pero además hay una décima llave, que posee el rey de España, al que va a ser difícil acceder.
Empecé acudiendo a Benidorm, buscando a la duquesa. Estuve toda la mañana buscándola, pero no daba con ella, hasta que con un golpe de suerte, oí hablar de que estaba en la playa de Levante, y estaba alojada en el hotel Rufino Almando. Fui a la playa, y allí estaba, tumbada tomando el sol. Suerte que pude hablar con ella, ya que nos conocíamos anteriormente por otro encuentro. Otra historia. El caso, la acompañé hasta el hotel, y me estuvo contando. Me dijo que no le preocupaba mucho el caso, y que las llaves que tenían desaparecieron durante tres días seguidos, pero que al quinto día del primer robo ya las recuperó. No sabía si se las habían robado o las había perdido. Claramente, yo pensé en el robo. La duquesa me entregó las llaves amablemente. Cuando salí del hotel, ya eran las once de la noche. Volví a casa, y estuve toda la noche pensando en el asunto.
Cuando me desperté, había una nota en mi mesilla. Decía así: “Haber, Guillermo, no es por nada, pero quiero que pares la búsqueda. Esto es solo un simple aviso, pero si sigues, sufrirás las consecuencias. Anónimo.” La verdad, me asuste un poco, pero no me preocupó, ya que tenía mi vieja revolver 310 S. La guardé en mi chaqueta, y seguí al próximo destino: Roma. Ya había comprado los billetes, por lo que a las doce estaba en el aeropuerto, y a las dos de la tarde ya estaba allí. Por suerte, comí en el avión y no perdí más tiempo. Me alojé en el hotel “Mare Nostrum”, situado cerca de la orden de los Carmelita Descalzos. Fui directamente allí. Tuve mala suerte, ya que había que pedir cita previa, y aunque no la hubiera hasta dentro de una semana, la conseguí para el día siguiente. Mientras tanto, estuve investigando. Otro de los sospechosos era el director de los museos Vaticanos, y me acerqué allí. No había cita hasta dentro de dos meses, así que me di la vuelta. Estaba teniendo demasiada suerte, ya que me encontré con él a la salida y me concedió un ratito de su tiempo, y eso me pareció sospechoso. Hablé con él, pero con poco tiempo, solo me dijo pudo decir que fuentes le contaron haber oído extraños sonidos a lo largo de los robos, pero no vieron nada. Me conto donde se encontraban esas fuentes, y me prometí ir a esos sitios si me sobraba tiempo.
Al día siguiente, un extraño hombre se me acercó cuando salía del hotel. No le pude ver la cara, porque la tenía cubierta con un capuchón. Me dijo en perfecto español: “Ya te hemos avisado, no creo que quieres problemas, pero más te vale dejar la búsqueda” apuntándome con una cosa debajo de su gabardina, y se fue. Yo seguí sin hacerle caso, pero sus pintas me sonaban de algo. Me sonaba al museo de los carmelitas descalzos, hacia donde me dirigía. Me pareció muy extraño, pero yo continué. Una vez allí, no hubo problemas para acceder a hablar con el superior. No le había visto antes, pero fue fácil hablar con él, y me respondió a todas mis preguntas. Claro, preciso, y evidentemente, raro. Las llaves le habían desaparecido exactamente igual que a la duquesa, y me dijo que no sabía cómo porque las llevabas colgadas las llaves siempre del cuello, ya que se temía que ocurriera esto. Me respondió a más preguntas que me llevaron a algunas conclusiones. Algunas eran falsas, pero ya os iré contando. Le conseguí convencer de que me entregara las llaves, aunque con bastante dificultad.
Al salir de allí, recibí una flecha ardiendo disparada hacia mi mano. Gracias a mis buenos reflejos, la esquivé, y supuse que venía del hombre que me amenazo, pero no le divisé por ninguna parte. Me pareció muy peligroso, y por eso acudí a mi amigo más fiel: Santiago Rodríguez, Santi para los amigos. Me reuní con él al día siguiente en el grande, o el mercado grande, en Ávila. Pero me parecía mal hablar con él con tanta gente alrededor. Creerme, siempre está a rebosar. Le llevé a mi casa, y allí estuve hablando con él. Sabía que tenía un buen  manejo de las armas de fuego, y me podría servir de gran ayuda. Él aceptó a ayudarme con el caso, ya que me debía un gran favor. Me dijo que un tipo muy extraño le dijo que me contara que sufriría las consecuencias mortales si no paraba, y que aunque no quisiera venir me debía ese favor.
Nos dirigimos a Madrid, a la casa real, para hablar con el rey. Por suerte, ya había concertado una cita, y pudimos hablar con el rey, pero rodeados de tipos con escopetas, cosa que no me agradaba mucho. El rey también era un conocido mío, ya que había cenado más veces con él. Me dijo que su llave había estado guardada siempre, cosa que me pareció extraña, y que había estado en vigilancia durante todo el tiempo, y que se revisaba cada cinco minutos su existencia en la sala. Me la entregó gracias a mis recursos como detective, pero ya sabéis, uno siempre debe tenerlos.
Ese día dormí en casa de Santi, donde me trató como al mejor de los invitados. A la mañana siguiente, solo faltaban quince días para la llegada del papa. Fuimos a Alba de Tormes, a hablar con la priora del convento de Alba de Tormes. ¿Pero a que no adivináis lo que pasaba? ¡Más tiempo para concertar una cita! Por suerte había pocas antes y al día siguiente por la mañana ya podríamos asistir. Mientras tantos, me pareció bien ir a visitar a mis abuelos, que vivían cerca de allí, en un pequeño pueblo de la región de la Armuña. Por si no lo sabéis, allí hacen de las mejores lentejas de toda España, y mi padre las seguía cultivando. Es más, mis padres también estaban allí, y se me ocurrió ir a buscar a mi otra abuela, para organizar una cena en familia y explicarles en lo que estaba trabajando. Santi me dijo que no quería molestar, y que iría a visitar a un amigo en Salamanca para estar conmigo esa tarde. Aunque insistiera más y más, Santi es demasiado tozudo para mí, por lo que le dejé marchar.
Estábamos ya reunidos todos, mientras les contaba todo, cuando mi padre sacó el móvil y muy alterado, puso las noticias. No sabía que podía estar pasando, y cuando vi la gran noticia no me lo podía creer. Había muerto la duquesa de Alba. La habían asesinado. Y el mayor problema es que nadie nos vio hablar juntos, por lo que el principal sospechoso era: Yo. La policía estaba buscándome por toda Ávila, según dijeron, y como supuse, debía salir corriendo de allí. Terminé de comer, les di las gracias a todos y les dije que no dijeran que había estado allí. Qué pena dejar ese plato de lentejas a medio comer. Santi no había llegado, y su móvil no tenía cobertura, por lo que fui a Salamanca, y por el camino, nos cruzamos. Frené rápidamente, y le dije que nos fuéramos lejos de allí.
Decidí que nos hospedáramos en un hostal en el que había estado más veces. Por suerte nadie me reconoció en todo el día. Al día siguiente, cuando íbamos a salir, vimos a la policía en la puerta, preguntando a todo el mundo. Salimos por la puerta de detrás, por donde una cocinera muy amable nos dejó salir. Una vez fuera, esperamos a que la policía entrara en el hostal para acercarnos hasta los coches. Fuimos a toda velocidad a Alba de Tormes. Por suerte, allí no había policía.
Una vez en el convento, nos dejaron pasar. La Priora estaba sentada rezando, cuando nos acercamos y empezamos a hablar con ella. Sí que me reconoció, por lo que me dijo: “Buenos días, siéntense y hablemos tranquilamente. Sé quién es, tranquilo, pero sé que no es el culpable”. Nos contó que a ella la habían intentado atacar, pero que como sabía luchar bien (no nos contó la razón) se defendió como pudo, y echó al asesino fuera de allí. Me pareció muy raro que una monja cristiana que se opone a toda violencia se pusiera a luchar. Nos dejó pasar encantadamente al sepulcro, donde efectivamente comprobamos que faltaban los huesos. La Priora nos dijo que no pasaba nada, que si necesitábamos ayuda que acudiéramos, que no diría nada a la policía. Siempre venía bien tener ayudas en estos casos. Pero al salir, un hombre encapuchado como el que vi en Roma nos atacó con un cuchillo, y los hábiles reflejos de mi amigo nos salvó de un apuro. Sacó su pistola y le disparó en la mano, más concretamente en el cuchillo, y se lo tiró al suelo. Yo le solté un puñetazo y le dejé inconsciente en el suelo. Vi a un hombre telefoneando, y al momento apareció la policía. Como suponía que no nos podría ayudar mucho, nos fuimos de allí. Quedé con Santi en ir a Ávila, pero no me parecía buena idea ir justo a donde me buscaban. Pero entonces caí en la cuenta de que sabía de donde eran los dos hombres que me amenazaron: La secta milenarista los cuatro postes.
Tenía amigos que habían ingresado allí, pero se habían salido por diversos motivos. Sé que si consiguen reunir las partes del cuerpo de Santa Teresa el día de su quinto centenario de cumpleaños, el mundo se acabaría. No creía mucho en eso, pero sé que ellos sí. Nos dirigimos hacia allí, y al entrar vimos que un hombre igual al que nos había atacado estaba hablando muy fatigado con el director general. En cuanto nos oyó hablar, se dio la vuelta y salió corriendo. El hombre, que supuse que era el director, hizo un gesto y otros dos cerraron las puertas. Nos invitó a pasar, pero no me quería meter en la boca del lobo. De todas formas, esa visita nos podría venir muy bien. Estuvimos un buen rato charlando que hacían allí, pero yo solo quería ganar tiempo. De repente me miró muy raro, y con un gesto, noté que a mi amigo Santi le habían disparado en la pierna. Él me recordó que no quería problemas, pero que me los había buscado. Sin más apareció la policía, y me arrestó a mí. Con Santi la verdad es que no sé qué pasó, porque  a él se lo llevó una ambulancia.
Pasé en la cárcel el día entero, y al despertar la mañana siguiente me hicieron un interrogatorio. Por más que les decía que no había sido, no me creían. Me preguntaron que por qué huía entonces, y les respondí que solo lo hacía porque necesitaba tiempo para la investigación. Y de repente apareció. El mayor alivio de toda mi vida. No le conocía de nada, pero le dijo a mi interrogante que ya estaba bien, que él me conocía muy bien y sabía que no había sido yo el asesino de la duquesa. Eso bastó para sacarme de allí. Me metió en su coche y me llevó al hospital general de Madrid. Por el camino me dijo que mi coche me sería devuelto en un par de días. Como me veía muy extrañado, me preguntó si sabía quién era, y yo como no sabía, le respondí que si era Dios. Se rio y me dijo que si me acordaba del incidente del cristal en el instituto. Yo me acordaba perfectamente, pero le pregunté que él no lo podría saber a menos que fuera… No podía ser. Había viajado a Noruega para no volver cuando teníamos solo quince años. Pero volvió. Sí, era él… ¡Dani!
Daniel Monzón es el que fue mi mejor amigo durante primaria. Cuando se fue a Noruega, Santi se convirtió en mi mejor amigo, y a él le dejé de lado, porque no entendía su marchada. Era increíble tenerle allí. Una vez en el hospital, fuimos a ver a Santi. Quería venir conmigo, pero sabía que no podía, porque necesitaba reposo durante una semana. Tiempo suficiente antes de la visita del papa. Pero le dije que no se preocupara, que estaba con otro buen compañero. Dani me llevó a Ávila de regreso. Me dijo que el asunto de la duquesa ya no me debía preocupar, porque lo había solucionado él. Me contó que hace diez años regresó a España, pero por más que me buscó no me encontró. Ahora era el principal comisario de policía de España. Y eso me alegró muchísimo. Ahora tenía un compañero policía. Y el mayor cargo en toda España. Regresamos a Ávila, al lugar de la secta. Había un papel que decía “Hermanos, nos marchamos. Oímos el rumor de que nos seguían, literalmente, a todos nosotros. No solo por eso nos marchamos sino también por el afán de conocer nuevo mundo. De parte de todo el consejo que nos hemos ido: ADIOS. (Ya sabéis a donde hemos ido). Me pregunté que donde podían estar. ¿Lo sabes tú? Solo basta con mirar las iniciales de cada frase o delante de los puntos de ortografía para saber que se habían ido a Holanda. Pero eso era muy raro, por lo que recordé que tenían otro nombre para la secta: holandeses. Y recordé que todo el mundo que se había marchado de allí me dijo que no volvería allí, ni siquiera a Barcelona, y por eso supe que se habían ido al famoso hotel Holanda, en Barcelona.
Fuimos a casa de Dani a Madrid a dormir, y al día siguiente cogimos un avión hacia Barcelona. En el aeropuerto vi a un grupo de hombres con sudaderas raras que hablaban en español. En seguida supe que eran ellos. Les seguimos hasta el hotel. Una vez allí, se turnaron para ir al baño cada cinco minutos. Cada vez que salía uno, le dejábamos inconsciente con un truco nuestro. Lo siento, pero el truco es un secreto. Pero solo salieron cinco personas, y sospeché que se habían dado cuenta de nuestra llegada, porque yo vi a ocho en total. Me parece que faltaban el líder de la secta, el hombre que nos intentó matar y el hombre que me amenazó. Los tres me conocían muy bien. Entonces recurrimos al truco que hay en todas las películas: entramos en su habitación por el conducto de ventilación. Así, uno de ellos se desmayó al vernos, y Dani y yo sacamos rápido nuestra revolvers apuntándolos. Me fijé en que Dani tenía buen gusto, ya que tenía la misma que la mía. Pero se nos escaparon. Dani empezó a seguir al líder por el camino que tomó y yo al otro. Le alcancé a dos manzanas del hotel, gracias a mis preciosas piernas. Le derribé y le llevé de vuelta al hotel. Allí estaba también Dani con el líder.
Avisamos a la policía y todos ellos fueron arrestados. Les acompañamos a comisaría para el interrogatorio, y nos contaron todas las pruebas que teníamos. Aunque lo único que hice fue recordar de donde eran las capuchas, me llevé todo el mérito junto a mis amigos Dani y Santi. Nos contaron que habían robado todo para venderlo en el mercado negro, que no podrían ser tan tontos para acercar también su fin del mundo. Desgraciadamente eso es lo que quiere la mayor parte del mundo: dinero. Encontramos los restos escondidos en su base en Ávila. Los recuperamos y tuvimos un par de viajes Dani y yo por el mundo. Llevamos todas las reliquias a todas las partes del mundo. Pero eso es una historia que ya os contaré. Solo os diré que el final fue increíble. El papa vino como estaba previsto y nos dio las medallas de honor de la Iglesia. Hasta nos dijo que podríamos llegar a ser santos. No se cómo pasó, pero el papa comió con nosotros aquel día. Fue una experiencia increíble. Pero lo mejor de todo esto es que… ¡Me pude acabar el plato de lentejas!
Espero tener más experiencias así, pero por ahora, me despido. Un placer hablar con vosotros, me despido y hasta otra. ¡Adiós!
Guillermo García del Pozo

2 comentarios:

  1. Me encanta la forma de escribir de Guillermo, muy misterioso todo...
    Genial lo de detective privado.

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  2. ¡Felicidades! Has sido finalista con 9 puntos

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